El Salmón

Para los que nadan.

martes, mayo 23, 2006

Ni una palabra

-¿Supongo que no le dijiste a nadie?- me preguntó con un dejo de indeferencia.
Me quedé pensando por unos segundos, que a ella se le hacían eternos, y su ansiedad la demostraba con el exceso de indiferencia. Recordé lo que ella quería dejar pasar por alto, que se lo llevara el olvido y la memoria se fundiera con torpeza angustiante. Para quedar en blanco, en cero, y así quizás volver a una primera oportunidad.
-¿A cuál te refieres?- inquirí.
-A la segunda- dijo con una sonrisa que nos catapultó a la tercera.
-Ni una palabra- agregué tras el beso.

miércoles, mayo 17, 2006

Calibre 38

Se sentaron tomados de la mano. El silencio hablaba por los dos. Pensaban en voz alta, se escuchaban en el más absurdo silencio. Se miraban de espalda, aunque él se volteaba sin permiso. Lo hacía mientras recordaba ciertos pasares. Pero no se sacaba esa imagen de su retina, del corazón, de lo más profundo de su alma. Estaba estampada en la sien del maldito recuerdo. De uno que se entregaba a la soledad del entierro. Uno involuntario. Una perpetua violación de las sonrisas matutinas. Las rosas rojas con el desayuno, las velas encendidas, consumiendo un romance tinto. Ahora con sabor mierda. Giró y el disparo le destrozó el cráneo.

domingo, mayo 14, 2006

Viuda

Limpiaba las ventanas del piso 17. Andrés estaba parado junto a Javier, su amigo y futuro cuñado. Se habían conocido en una reunión de esas que sólo los necesitados por escuchar los problemas de los demás se sienten más normales, cuando la anormalidad es precisamente eso. Repasaba por segunda vez el ventanal, con una prolijidad exacta, para que los tipos de los cubículos pudieran ver la ciudad sin manchas. Siempre decía que “no hay nada mas gratificante para el oficinista que mirar el mundo desde arriba”. Y a su lado, jabonando los vidrios, Javier asentía como por inercia y contestaba una frase sacada de un libro de literatura latinoamericana. Pero en el fondo él entendía que Javier se refería a otra cosa, a su hermana o a otra mujer, porque sus citas siempre tenían un contenido amoroso, o al menos eso parecía. Cuando ya habían terminado y se disponían estirar las cuerdas y subir al piso 18, y último, Javier se arrodilló. Andrés lo miró extrañado y cuando Javier se soltaba los amarres de seguridad, Andrés aflojó su arnés para ayudarlo, patinó con la esponja amarilla patito, y cayó a una velocidad kamikaze. Fueron sus primeros 17 segundos que voló.