El Salmón

Para los que nadan.

miércoles, octubre 17, 2007

Cintas de rock.

Te tomaste el vodka de golpe y esperaste hasta la última gota que descansaba en el pequeño vaso. El vestido rojo terminaba más arriba de tus rodillas y yo seguía mirando como el cintillo negro sostenía tu pelo. Los tres tipos a tu derecha se preguntaban quién sería el afortunado de bailar contigo. Y el amigo lo paró en seco y le dijo “de ella te enamoras con una canción”. Traté de leer lo que decía el de camisa, pero ya había otro sediento en la barra pidiendo dos tragos: uno para ti y uno para él. Los tres miserables se dieron vuelta y mantuvieron los ojos puestos en tu swing mientras caminabas detrás del otro tipo, con un gesto de indiferencia, como si con esa mueca saldaras el trago. No me viste. Pasaste delante de mí y no me viste. Miré a la barra y Andrés me hizo un gesto con la cabeza. Di la vuelta y te tenía respirando en mi cara, con el cintillo ahí, intacto. Con el vestido rojo toreándome. Y tu “hola” me dejó sin sangre en las venas. Solo atiné a quitarte el vaso. Le di un trago y no dejé de clavarte mil preguntas con los ojos a los ojos. Los tenías pintados, levemente, y la línea negra por debajo se contrastaba en plenitud con el rojo más abajo. Bebí, sin sacar de tu panorámica mi retina, otro sorbo más, pero frunciste el ceño. Te dije bailemos y el “tal vez” que calcaron tus labios, más rojos, me devolvió al último rincón de la barra. Me senté como borracho de música country a escuchar los consejos de un tipo más country y más borracho que yo, pero que usaba chaqueta de cuero y que estaba sentado al lado de una pelirroja que no dejaba de pedirle que la llevara a casa, seguramente para tirar sin que se dieran cuenta que ella ya no gemía de verdad. El cantante en el escenario regresaba a tocar el último rock de la noche cuando el vértigo del ron me guió hasta la entrada por un poco de aire. Fumé un cigarrillo y salieron los últimos borrachos, ahora menos country y ebrios que yo. Paré un taxi y el tipo me ofreció parar por un vaso de agua, pero cuando le iba a decir que sí le vomité mi dirección en uno de los ceniceros. Le dejé el doble por la molestia y un “gracias compadre” por el olor. Subí las escaleras de lado a lado. Abrí la puerta con tres llaves distintas y al pasar por la mesita apreté el contestador y tu voz tiritaba en la cinta.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

grande grega, ojala cada vez que me pinte los labios mi panoramica de para el menos escribir un hola.
treia, ay las primas

1:56 a. m.  

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