El Salmón

Para los que nadan.

martes, abril 25, 2006

Atestigua

La Roma se esconde cuando el óxido de la puerta anuncia a alguien. Seguro que está ansiosa. Agazapada, observa, y en un santiamén está colgada, con sus garras, entre la rodilla y el tobillo. Obvio, da la bienvenida. Los pasos le aceleran el pulso y sube la escalera tras los pies como cangrejo. Blanca. Dos o tres manchas cafés. Una panza redonda. Pasa por el espejo y ni se inmuta, sigue por los pies. Entendible, la bienvenida se prolonga. La Roma sabe que la puerta se abre, se cierra, y se vuelve a abrir. Me ha mirado fijo y me ha evaluado. Ha dormido menos yo. Ha desaparecido, y me ha encontrado. Me ha dejado costras en las manos. La Roma te ha visto un par de veces. La Roma dice que tu risa es inocente. La Roma dice que me quedo mirando como miras cuando miro a otro lugar. La Roma dice que sí. Yo también.

sábado, abril 22, 2006

Bencina

En realidad los nervios copaban los espacios sobre cuatro ruedas. El volante lo había dejado para no doblar. Para no bifurcarse. Y el no tenía más intención que pisar el acelerador y viajar a 100 por hora, segundo, roce y tacto. Pero los nervios ahí. Conteniéndolo, como represa. La luz se asomaba y el retrovisor dibujaba los sueños de la noche anterior, y de antes también. Las puntas de sus dedos repasando el mapa, desde la espalda hasta el amanecer. Y ella se incorporó, abandonó el insomnio y el cansancio. El asfalto se entibió y la escarcha ni siquiera lo intentó. Los asientos como aduana le permitieron, a empujones, inhalar la bencina que brotaba de ella.

jueves, abril 20, 2006

Costumbre

De pronto, sin titubear, decidí sentarme y escribirte. Tomé la copa y, al sentir tu vigilia, me alejé. Estabas sujeta de sábanas blancas esquimal, prisionera. Me senté frente a ti y te observé hasta la hora del almuerzo. Cada veinte segundos te acomodabas, o dabas un salto, o abrías y juntabas, con suma delicadeza, tus piernas. Me dediqué a estudiar tus movimientos. Intenté encontrar patrones comunes, pero no tenías. Hasta que murmuré tu nombre en dirección a tus oídos. Y gemiste. Repetí, y nuevamente gemiste, pero esta vez más fuerte. Comencé a hablar. Pero ya no respondías, ya no te alterabas con mi voz. Era como si no escucharas, como si en realidad fuera mudo o, peor aun, con las letras se apagara mi voz. Hoy, como de costumbre desde hace ya algún tiempo, miré tu foto por unos segundos. Las cortinas naranjas de mi cuarto dejaban entrar un par de dedos, fijos y rectos, de luz. Mientras reconocí el olor a perfume en alguna de mis prendas en el suelo, me acerqué a la ducha y dejé correr el agua por unos minutos. El vapor había comenzado a llenar el espacio, como una cámara de gas. Junté la puerta por si despertabas y querías entrar. El espejo vaporizado. Decidí rasurarme y, para no malgastar, cerré la llave. Con espuma esparcida por mi rostro le di unas pasadas a la afilada navaja y listo. Abrí nuevamente la llave y fui al cuarto para asegurarme que seguías durmiendo. Algo decías, susurrabas. No era suficientemente claro. Acaricié tus dedos, las puntas, para ver si, como siempre, apretabas mi mano como si tuvieras miedo, y sólo yo te salvara de ese horrible segundo de angustia. No reaccionaste. No despertaste jamás.

No depende del clima.

Al final uno no depende del clima. Las cosas terminan por ser como deben. Es como el agua, siempre encuentra el camino para llegar al mar. Y eso nadie se lo cuestiona, se asume por su naturaleza misma. Escurre por donde quiere. Y por ahí descubro que todo es así. Como el humo queda en la habitación y se va por la ventanilla más próxima, mientras hay otro que se cuela hasta los pulmones. Si en una de esas me equivoco, prefiero creer que la vida decide por uno. Pero no es así. La conciencia vive hasta el final. Y de eso no me equivoco. Alguna vez pensé que las cosas no pasan del todo como uno creía. Y creo, ingenuamente, algo parecido todavía. Pero te cuento algo. La voluntad del corazón es algo que traspasa y subyace a todo.
Puedo aventurarme y decirte esas hermosas cosas que promueves, que dejas en el aire cada vez que pasas, con absoluta elegancia y, que casi por ley, haces que me dé vuelta para verte de revés. De derecho, de frente y de espaldas. Y que en ningún momento dudo en quitar los ojos. Hasta que giras, y por esa niñería de defender lo que no puedo explicar, busco con precisión algo en el suelo. Fijando el rumbo, agachando la postura. Seguramente uno no se arrepiente hasta que se da cuenta de lo que se pierde en mirar a los ojos. A hablar con esa transparencia.
Me parece curioso que uno nunca deje de temerle a la oscuridad. Existe siempre, para toda la vida. Y siempre hay algo que te ayuda a cruzarlo. Siempre hay algo que te toma de la mano y te da el empujón. Y uno queda ad portas, mirando estupefacto, con mas miedo, ahora más oscuro. Pero para qué negar el camino recorrido, para qué mirar hacia atrás. El recuerdo y la memoria son suficientes. No puedo vivir en esa desconfianza, me tortura no atreverme, me idiotiza quedarme parado y no llegar al otro lado para ver si sigo entero, para asegurarme que no me robaron nada en el camino, para volver a hacerlo. Con esa convicción que sólo nace de lo más profundo de uno. Que sólo uno le entiende, que uno atora en la ventana. Cuando la puerta está al costado y con manija.
El escritor descubre su enfermedad cuando escribe. La vida es muy perra para vivirla solo. El bastón es necesario. El tratamiento de la angustia es lo único que hace crecer. Saciarlo desde dentro, asumiendo quienes somos. Si el escritor se da cuenta de su enfermedad puede recién comenzar a medicarse. Escarbar en el pasado, descubrir donde naces, de adonde viene. En eso me paso la vida, y me doy cuenta quien me ayuda en eso y no puedo dejar ir. El clima no es nada. La lluvia me la banco con alguien para mojarme.Lo primero es simple. Acá las cosas están iguales. Los bombardeos siguen. El olor a carne se mantiene. Las balas ayer casi me alcanzan, pero las esquive. Llevo mucho tiempo jugando con armas, algo he aprendido. Por las noches, cuando todos duermen, todavía te escribo, aunque el papel se agota. La luz la cortan temprano y a pesar de la penumbra todavía puedo escribir sin mirar. Aquí lo único que te mantiene vivo es la noche, el día prefiere atormentarnos. Los de allá han avanzado bastante. Usan buenas estrategias, pero creemos que sus municiones son escasas. Las nuestras también, pero ellos no lo saben.