El Salmón

Para los que nadan.

lunes, marzo 31, 2008

Nocaut

El cuadrilátero vacío. Todo el público mirando, expectante. La cortina parecía volar hacia los extremos con una elegancia burlesca; como si supiese quién sería el más humillado. La música se ponía cada vez más fuerte. El vodka ya había subido lo suficiente. Tú empezaste a mover los pies y a murmurar la letra del rock que sonaba. Pero yo no lograba explicar nada coherente; no hablabas. De reojo quería identificar tus muecas, pero sin mover la cabeza no lograba registrar nada. Cuando una de las luces pasaba, según su trayectoria, cada cierto rato por tu cara, pude asegurarme que el rojo era del labial que usabas al desayuno. Mi mano derecha estaba absolutamente alerta a cualquier posible roce con tu espalda. Seguías sin mirarme y te reías de todas las estupideces que yo decía. Te ofrecí un trago más y una pista de baile, pero cuando volví ya le habías pintado con rouge el cuello del de camisa café.

viernes, febrero 08, 2008

Cerrado por derribo

Por un tiempo voy a dejar este espacio vacío. Recibo reclamos de fieles indignados, recibo virus de ociosos e incluso los agradecimientos de los violentos que disfrutan con restarle importancia a todas las palabras que merecen ser dichas. Por un tiempo voy a planear cómo hacer para que la distancia no le quite el eco a esa voz tarareando “no te preocupes paloma”. Por un tiempo voy a consumir todo los letargos posibles para que la puta melancolía no me amilane. Por un tiempo el espacio sideral se va a detener en el atlántico. Por un tiempo vamos a imaginar que sigues en la fila del aeropuerto y que aún espero que llames para volver a decirte que regreses cuando quieras. Para que éste lugar vuelva a ser lo mismo, para que ésta ciudad vuelva a tener el rock que necesita. Por un tiempo vamos a recordar todo lo que tu pasaporte tiene entre las dos primeras páginas. Justo antes de que por el parlante el tipo de la aerolínea dejara entre paréntesis los puntos, las comas y todo lo demás también...

miércoles, octubre 17, 2007

Cintas de rock.

Te tomaste el vodka de golpe y esperaste hasta la última gota que descansaba en el pequeño vaso. El vestido rojo terminaba más arriba de tus rodillas y yo seguía mirando como el cintillo negro sostenía tu pelo. Los tres tipos a tu derecha se preguntaban quién sería el afortunado de bailar contigo. Y el amigo lo paró en seco y le dijo “de ella te enamoras con una canción”. Traté de leer lo que decía el de camisa, pero ya había otro sediento en la barra pidiendo dos tragos: uno para ti y uno para él. Los tres miserables se dieron vuelta y mantuvieron los ojos puestos en tu swing mientras caminabas detrás del otro tipo, con un gesto de indiferencia, como si con esa mueca saldaras el trago. No me viste. Pasaste delante de mí y no me viste. Miré a la barra y Andrés me hizo un gesto con la cabeza. Di la vuelta y te tenía respirando en mi cara, con el cintillo ahí, intacto. Con el vestido rojo toreándome. Y tu “hola” me dejó sin sangre en las venas. Solo atiné a quitarte el vaso. Le di un trago y no dejé de clavarte mil preguntas con los ojos a los ojos. Los tenías pintados, levemente, y la línea negra por debajo se contrastaba en plenitud con el rojo más abajo. Bebí, sin sacar de tu panorámica mi retina, otro sorbo más, pero frunciste el ceño. Te dije bailemos y el “tal vez” que calcaron tus labios, más rojos, me devolvió al último rincón de la barra. Me senté como borracho de música country a escuchar los consejos de un tipo más country y más borracho que yo, pero que usaba chaqueta de cuero y que estaba sentado al lado de una pelirroja que no dejaba de pedirle que la llevara a casa, seguramente para tirar sin que se dieran cuenta que ella ya no gemía de verdad. El cantante en el escenario regresaba a tocar el último rock de la noche cuando el vértigo del ron me guió hasta la entrada por un poco de aire. Fumé un cigarrillo y salieron los últimos borrachos, ahora menos country y ebrios que yo. Paré un taxi y el tipo me ofreció parar por un vaso de agua, pero cuando le iba a decir que sí le vomité mi dirección en uno de los ceniceros. Le dejé el doble por la molestia y un “gracias compadre” por el olor. Subí las escaleras de lado a lado. Abrí la puerta con tres llaves distintas y al pasar por la mesita apreté el contestador y tu voz tiritaba en la cinta.

martes, abril 24, 2007

Capítulo Cero.

Siempre supe. En todo caso, la literatura me confunde más de lo que necesito para sostener alguna idea coherente en mi cabeza. Siempre sé, desde que noto esa fractura, por pequeña que sea, por insignificante que resulte para cualquiera, que te vas a ir a dar vueltas por el mundo. Y que mi primera reacción, más arrogante e inmadura, pero inocente, va a congelar aun más todo los espacios errantes que existen. Porque soy incapaz de mostrar el cinturón que amarra la certeza de tu estancia pretérita. Porque nunca fuiste línea directa, y jamás aceptaste visas para momentos de bolsillo. Tú, quimera -como si yo contará con brujerías-, y por la misma niñería de mirarte de reojo, estás en rieles donde el nihilismo fue el peón de mis pies. Tengo la astucia para despertar del instante en que, por fotografías, me dejas en el cuadro donde más brilla el oro. Pero siempre supe, de alguna manera, y que ni en la literatura me han contado.

martes, enero 23, 2007

Sala de embarque

Miraba los aviones. Las alas enormes, como brazos a tientas. Tenías puesto el vestido blanco con diminutos puntos negros perfectamente separados, un poco más arriba de las rodillas. Y el tipo, vestido de piloto, te miraba las piernas desde el counter. Las rueditas de tu maleta dejaban un rayón en el piso recién encerado; como suelen ser en los aeropuertos a las 7 de la mañana. Por la ventana que daba al oriente pude ver el claro en la cordillera, y las ganas de romper tu pasaporte se repetía en mi cabeza.

jueves, octubre 19, 2006

Centinela

Escuchaba a mi madre susurrar la melodía de una cigarra que regresaba de la guerra. Creo que decía un año, andaba por ahí, después de haber escarbado con sus dedos -dejando epiteliales del continente en sus uñas- la tierra. También me llamaba negrito cuando recolectaba frutos en las praderas, y yo no podía hacer freno a mis párpados hasta que la penumbra se apoderaba de la parte trasera de mis ojos. Me arropaba y me cuidaba el sueño con sus satélites mientras hacía dormir al negrito de mi hermano

miércoles, octubre 18, 2006

Estrategia

Mi estrategia será no mirarla más de tres segundos a los ojos cafés. No dudar cuando sé que la física cuántica me tiene por pordiosero y que sus arrebatos, que solía proponerme sin hablar, hace ya algún tiempo han cesado. Será no darle vueltas a su nombre, evitar plasmarlo en cada muralla que veo o quitarlo de mi frente cada vez que me voy de sueño. Borraré su lista de mensajes, incluso los guardados, incluso los de hace años. Mi estrategia será no buscarla en los demás, y si me permito, no contarle de mi estrategia.